Qué importantes son los comportamientos humanos. Siempre me han llamado la atención. Me intereso mucho por saber cuáles son los criterios necesarios para la adopción de decisiones tanto individuales como colectivas. Es algo que me genera mucho interés. De hecho, hay un teorema de un Premio Nobel de Economía, Kenneth Arrow, que prueba que no es posible encontrar un sistema de elección social que cumpla un conjunto de criterios que resulten deseables por todos, y viene a decir, a modo de conclusión, que las decisiones colectivas no pueden ser del gusto de todos.
Por eso, cuando comencé mis estudios académicos tuve claro que quería hacer una carrera de ciencias. Las ingenierías me parecían aburridas, pero la economía me atraía, como me atraían las dos cosas a las que esta disciplina va asociada: las matemáticas y los comportamientos sociales. Y ya he comentado lo importante que son para mí estos comportamientos. Estudié Económicas aquí, en la capital, porque cuando empecé mi etapa universitaria sólo se podía estudiar esta carrera en Madrid, Barcelona y Bilbao.
Me decanté por Madrid porque era la opción fácil y más cercana a mi ciudad de origen. Fue una suerte, la verdad, porque a finales de los años sesenta la capital era una ciudad apasionante con muchas oportunidades para una joven recién llegada de una provincia mediana. Hablo de Córdoba y, más concretamente, del barrio de San Andrés. De allí éramos las siete mujeres que componíamos el núcleo familiar. Todas aprendimos la importancia de la independencia, la base de nuestra educación, que después he ido cosechando a lo largo de los años.
Entre mis veinte y mis treinta trabajé sin descanso y con mucha presión para llegar a donde llegué: doctorado, oposiciones y nuevos trabajos. Uno detrás de otro. Había que hacerlo si quería llegar a lo más alto, y, claro, esto supuso renunciar a muchas cosas. La vida es un continuo trade-off. Luego, también he trabajado mucho, por supuesto, pero con menos presión. Y siempre –siempre– tuve muchos apoyos, mi marido, en primer lugar. Él no sólo es un defensor de la igualdad entre hombre y mujeres, sino que adaptó su carrera profesional a la mía en muchas ocasiones. También tuve excelentes profesores y mentores que me orientaron, como dos destacados economistas españoles, Luis Ángel Rojo y Manuel Varela Parache. Ambos fueron artífices de la modernización de la economía española.
No puedo hablar de mi formación sin mencionar al director de mi tesis doctoral en Minnesota, Leonid Hurwicz, quien recibió el Premio Nobel de Economía. Un apoyo constante al que se sumaron los ánimos que mis amigos me dieron en todo momento, a la vez que me empujaban hacia nuevos retos. Así llegué a formarme el currículum que hoy tengo y sigo completando. Es cierto que a lo largo de mi vida profesional he cambiado muchas veces de rumbo, pero siempre me he mantenido dentro del área de la economía.
Todos mis trabajos siempre han sido un reto. Trabajar para una empresa como Repsol, dedicada a la extracción de petróleo y productos derivados, que estaba empeñada en una transformación empresarial hacia la sostenibilidad, fue un reto apasionante. Por otra parte, recuerdo como un privilegio mi etapa en REE (Red Eléctrica España). Allí fui la primera mujer en presidir la compañía. Qué honor fue dirigir la creación de una sociedad como Red Eléctrica en 1985.
Fue la primera empresa independiente de transporte de electricidad del mundo. Todo era nuevo y me encontré muchos retos cuando llegué: comprar las líneas de alta tensión a las empresas eléctricas integradas, que tenían un enorme poder político y económico; y negociar con los sindicatos para trasladar a los trabajadores desde unas empresas consolidadas a una recién llegada; establecer nuevas normas para la operación del sistema eléctrico, y muchos decían que las nuevas normas no era seguras. Irracionalmente, debo confesar que llegué a obsesionarme con la seguridad y muchas noches me despertaba ¡y encendía la luz para asegurarme de que no había problemas en el suministro eléctrico! Y eso que sabía que los mayores riesgos de apagón no están en la noche, sino en las horas punta: alrededor de las doce de la mañana y las siete de la tarde.
Pero fue un honor ser la primera mujer en estar al frente de un proyecto así. ¡Imagínate, la primera mujer en hacerlo! Un privilegio si tenemos en cuenta que hay igualdad legal, pero no efectiva. El talento femenino no está aprovechado y es un despilfarro con consecuencias negativas para toda la sociedad.
No me atrevo a hacer una propuesta de cómo se puede aprovechar, pero sí puedo hacer dos sugerencias. La primera es que las cuotas no han funcionado mal para los consejos de administración. Si se pusieran cuotas en las promociones de todos los niveles, aunque no fueran obligatorias, sería un avance. La segunda tiene que ver con los permisos por hijo, que me parece bien que estén distribuidos entre la pareja, pero una opción podría ser aumentar el número de días de baja si el permiso se toma de forma igualitaria.
Hay mujeres que son referentes en distintas disciplinas, como Elena Barraquer, joven y excelente oftalmóloga que dirige una prestigiosa clínica en Barcelona. Ella dedica enormes esfuerzos y recursos al cuidado de la visión de personas que viven en países y entornos de pobreza extrema. Es emocionante e inspirador su trabajo quirúrgico en África cada año, ya os contará ella.
Pero quiero continuar hablando de mi paso por más empresas. De Campsa recuerdo lo interesante que fue todo el proceso de transformación. Quiero decir, el mundo ha cambiado mucho y ahora difiere mucho del que me tocó presenciar a mí en Campsa. Esta empresa tenía el monopolio de distribución de productos derivados del petróleo, pero la entrada de la Unión Europea obligaba a desmontarlos y el proceso para llevarlo a cabo fue complejo. Es un poco pesado de contar, pero lo resumo para que se pueda valorar. Se podría decir que la mayoría de las gasolineras Campsa se vendieron a las empresas productoras y distribuidoras de productos petrolíferos que entonces eran, entre otras, Cepsa, BP y las empresas que conformaron Repsol. El sistema de almacenaje y transporte al por mayor se transformó en CLH y a la vez se permitió que cualquier empresa pudiera comprar y vender productos derivados del petróleo. Claro está, sometidos a los llamados ‘impuestos sociales’. Así se produjo todo.
Para el año 1988 me ofrecieron ser consejera del entonces Banco Español de Crédito (Banesto) y me pareció un proyecto apasionante. Acepté y he de reconocer que aprendí mucho, además de abrirme las puertas de trabajos interesantes en el sector financiero, como en el Fondo Monetario Internacional, en el departamento de regulación bancaria; en el Banco Interamericano de Desarrollo; y en el TSB, como consejera independiente. Aquí estuve hasta este mes de marzo. Ahora, tengo varias actividades interesantes. La presidencia de la Barcelona Graduate School of Economics, una de ellas. También estoy muy involucrada en la Fundación Balia, que se dedica a la educación y promoción de menores en riesgo de exclusión social. Por otra parte, hago asesoramientos puntuales en asuntos financieros y de sostenibilidad de empresas e instituciones, sobre todo en relación a América Latina.
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