El transistor de efecto campo constituye la base de toda la electrónica moderna. Concebido hace casi un siglo, su existencia y su compleja historia siguen siendo grandes desconocidas para el gran público.

Los procesadores modernos (en la imagen, la placa base de un ordenador) son capaces de albergar unos 10.000 millones de transistores por centímetro cuadrado. [GETTY IMAGES/ELEN11/ISTOCK]

Casi todos los equipos electrónicos actuales funcionan gracias a un pequeño dispositivo: el transistor de efecto campo metal-óxido-semiconductor (­MOSFET). Su singular potencial de miniaturización ha sido el principal responsable de la revolución digital.

El MOSFET fue patentado en 1930 por el ingeniero austrohúngaro Julius Lilienfeld para solucionar el problema de las comunicaciones por cable a larga distancia. Sin embargo, los problemas técnicos retrasaron tres décadas su fabricación.

Las necesidades militares de la Guerra Fría y el nacimiento de la industria informática, entre otros factores, propiciaron que el dispositivo viera la luz en 1960. Desde entonces se ha convertido en el objeto más fabricado de toda la historia humana.

conomía digital, banca digital, transformación digital de las empresas o televisión digital terrestre. Seguro que ha leído u oído estas expresiones u otras similares cientos de veces. Y seguro que el término digital le suena a sinónimo de novedoso, puntero, competitivo, etcétera. No le falta razón: es así en buena medida. Lo que tal vez no sepa es que todo ese mundo digital es posible gracias a la existencia de un diminuto componente electrónico cuya historia comenzó a escribirse en Centroeuropa hace casi un siglo. Dicho dispositivo se conoce como MOSFET, acrónimo en inglés de su definición, «transistor de efecto campo con estructura de puerta metal-óxido-semiconductor», y miles de millones de ellos trabajan para usted cada día.

Gracias al MOSFET puede hablar al instante con quien desee, tanto si esa persona se encuentra en la calle de al lado como si se halla en la avenida principal de Melbourne. También gracias a él le acompañan permanentemente las fotos de sus seres queridos, puede leer el correo electrónico y hacer uso de las redes sociales, entre otras muchas ventajas. Estos dispositivos se encuentran en su teléfono móvil, en el GPS del coche, en el ordenador, en el televisor donde ve sus series favoritas y puede que hasta en su reloj. El MOSFET se halla en el corazón de absolutamente todos los equipos y plataformas que han originado la revolución de costumbres, de hábitos laborales y de ocio que definen nuestra sociedad. Sin el MOSFET, Internet no existiría.

¿Por qué ha sido este dispositivo el que ha posibilitado la revolución digital? Una de las razones primordiales se debe a su proceso de fabricación y su potencial de miniaturización. El MOSFET ha sido el principal responsable de la vigencia hasta hoy de la célebre ley de Moore, la cual dicta que el número de transistores de un circuito integrado se duplica aproximadamente cada 18 meses. En la actualidad, el tamaño de un MOSFET es similar al de un virus (el SARS-CoV-2, por ejemplo, tiene un diámetro de unos 120 nanómetros, la misma distancia que media entre el drenador y la fuente de un MOSFET moderno). Y, si podemos disfrutar de manera cómoda y sencilla de todos los aparatos y aplicaciones digitales modernos es porque, en la actualidad, un circuito integrado incorpora miles de millones de estos transistores en una superficie de menos de un centímetro cuadrado, los cuales pueden funcionar con un consumo energético ínfimo.

El MOSFET constituye una de las demostraciones más asombrosas de lo que puede lograr la tecnología electrónica actual. Sin embrago, su nacimiento atravesó varias vicisitudes que, durante décadas, hicieron pensar que su «parto» nunca llegaría a término. La historia de este dispositivo no es solo una gran desconocida. También ilustra a la perfección el modo en que las necesidades técnicas de una época se entrelazan con las posibilidades científicas, las circunstancias geopolíticas e incluso con la casualidad para acabar transformando por completo nuestras sociedades.

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