En la misma semana en que el CNIO ha firmado con la Fundación Franz Weber un convenio para la investigación contra el cáncer sin usar animales, hablamos con las doctoras Emily Trunell y Frances Cheng -dos de las protagonistas del documental ‘Test Subjects’

Ratón con una cánula que ha sido colocada en su cuerpo en el laboratorio Vivotecnia de Madrid Cruelty Free International / Carlota Saorsa

La maravillosa noticia del convenio entre el CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas) y la Fundación Franz Weber para llevar a cabo proyectos de investigación empleando técnicas alternativas al uso de animales me llega terminando de elaborar este artículo. Es un acontecimiento histórico porque, como veremos a continuación, se trata de un acuerdo que no solo beneficiará a los otros animales, sino también, en mayor medida de lo que parece, a los seres humanos.

Como mínimo desde la publicación de las imágenes de Vivotecnia, ya a nadie se le escapa que los animales sufren lo indecible en los laboratorios. Se les provoca enfermedades, se les inocula productos, se le fuerza a realizar acciones alejadas de su etología y se les acaba matando. Todo en nombre de la salud de las personas. Pero de la salud, ¿de qué personas? ¿Qué efecto tiene en el equilibrio físico y mental del personal investigador causar sufrimientos continuos a otros seres que sienten?

Paradójicamente, algunas investigadoras e investigadores que deciden dedicar su vida a la ciencia y a la experimentación lo hacen por amor a la naturaleza, a los seres humanos y a los animales. Así lo expresa la Dra. Amy Clippinger en el premiado documental Test Subjectsdel director Alex Lockwood: «Cuando empecé, pensaba en el gran impacto que mi trabajo tendría para la salud humana, para la cura de enfermedades, para hacer la vida de las personas más saludable y mejor».

La paradoja de cuidar y matar

En un estudio del año 2020 publicado en la revista Frontiers in Veterinary Science[1] y realizado con 801 empleados que trabajaban en experimentación con animales, se analizó, entre otros factores, el riesgo de estrés como resultado, por ejemplo, de la constante formación y ruptura de vínculos entre los humanos y los otros animales. «Esta delicada situación moral se describe como la paradoja de cuidar-matar». A la vez que cuida de los animales, el personal se ve obligado a llevar a cabo procedimientos que causan dolor y angustia, «algo que por sí solo podría conducir a estrés traumático o inducido por perpetración». Se cree también que la eutanasia de los animales tras las pruebas es una causa de estrés para muchos empleados.

«Estaba usando ratones genéticamente modificados para un estudio. Los compañeros de camada estaban en la misma jaula y los hermanos a menudo dormían juntos, a veces uno encima del otro», recuerda Frances Cheng, Dra. en Fisiología y Biofísica. «Mi trabajo consistía en darles medicamentos que aceleraran o ralentizaran el ritmo de su corazón. Algunos de ellos morían inesperadamente. Los animales temblaban en las esquinas de sus jaulas, doloridos e incapaces de moverse, y recuerdo vívidamente cada una de las líneas planas en el monitor de frecuencia cardíaca».

Cheng es otra de las protagonistas del documental de Lockwood que, tras conocer en primera persona el día a día de la experimentación con animales, optó por dedicar su vida a buscar alternativas éticas a estas prácticas. «Creo que es importante mostrar lo que la experimentación con animales causa a nivel psicológico en las personas».

Emily Trunell también realizó su doctorado en neurociencia haciendo pruebas en animales, a costa de «desconectar la parte compasiva» de su cerebro, que sabía que los sujetos de sus investigaciones sufrían y sentían dolor, igual que ella. «Algunas personas, incluyéndome a mí misma, nos disociamos de la situación para manejar los impactos negativos en nuestra salud mental», señala Trunell. Todavía recuerda perfectamente los días en que le tocaba sacrificar a los animales o cuando tenía que inyectarles un compuesto que les provocaba gran dolor. «Estaba tan estresada que al final del día tenía una enorme tensión muscular y migrañas, pero en aquel momento no entendía por qué».

Marcaje en la pata de un ratón en el laboratorio Vivotecnia

El testimonio de Frances Cheng está teñido de dolor y de culpa. «Estaba en la mitad de mi doctorado y tenía un dilema. ¿Sigo con esto o lo dejo? Me costó varios meses y todavía no sé si mi decisión fue la correcta», recuerda. «Decidí terminarlo porque pensé que teniendo un título mi voz sería más escuchada y podría ayudar a más animales. Fue una decisión egoísta y todavía no me he perdonado a mí misma».

Igual que Frances, Emily pensó en abandonar pero decidió seguir adelante, creyendo que ella sería la única persona en el laboratorio que iba a cuidar a los animales de forma adecuada y con la esperanza de poder hacer algunos cambios positivos.

Regulación y control inexistentes

Siempre nos venden la imagen de que la experimentación con animales es un campo altamente regulado, en el que se controla de forma escrupulosa el trabajo diario, respetando las famosas «tres erres»: reducción, refinamiento, reemplazo. El escándalo causado por las imágenes obtenidas en Vivotecnia ha puesto en evidencia que esto no es así, como no lo era en el laboratorio en donde Emily hizo sus investigaciones.

«La mayoría de la gente se sorprendería al saber lo que te dejan hacer con muy poco entrenamiento», alerta Trunell. «Después de unas pocas demostraciones y sesiones supervisadas, se me permitió, como estudiante de posgrado, anestesiar ratones, cortarles el cuero cabelludo y perforar sus cráneos para inyectar un compuesto. Realizaba todos estos procedimientos sola, no había nadie para ayudarme si sucedía algo».

«Diseñé y realicé estudios que tenían muy poco significado para el bienestar de los seres humanos o de otros animales», sigue recordando Emily. «En uno de ellos, inyectábamos a los animales una solución novedosa que, hasta donde sabíamos, nunca se había probado antes. Hicimos conjeturas sobre cuál debería ser la concentración, solo para descubrir que causaba un dolor extremo a los animales cuando se les inyectaba».

Sentir compasión por los animales, un tema tabú

«Una vez, mi primer asesor bromeó sobre un incidente en el que alguien metió una jaula en una limpiadora de alta presión con los ratones dentro», recuerda Cheng. «Mi asesor, que era miembro del ‘Comité Institucional de Uso y Cuidado de Animales’, que se supone que salvaguarda su bienestar, se burlaba diciendo que los ratones salieron «muy secos y limpios». Por supuesto, todos murieron».

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