De momento es una lagartija de 22 nanómetros, que equivale a dividir un metro en mil millones de partes y tomar solo 22 de ellas. Sin embargo el plan no es que crezca, sino hacerla mucho más pequeña. Primero la mitad, y luego la mitad de la mitad. Es la implacable Ley de Moore, que dicta que cada dos años se duplica el número de transistores en un microprocesador. Esta lagartija es un chip y aunque todavía es un prototipo académico, ya es la gran esperanza de la tecnología europea.
Sargantana (lagartija, en catalán y aragonés) es la tercera generación de procesadores de la familia Lagarto que acaba de presentar el Barcelona Supercomputing Center – Centro Nacional de Supercomputación. Es una de las apuestas de Bruselas para que la Unión no vuelva a colocarse al borde del precipicio informático en el que casi cae en 2020, cuando se rompió la cadena de suministro de chips y la sociedad digital europea se quedó sin su componente más básico.
Es una alternativa que además no implica dar miles de millones en ayudas para que empresas estadounidenses se instalen en el continente, ni para que las empresas europeas copien su modelo privativo. La inversión es en investigación propia que luego cualquiera podrá aprovechar, ya que la familia Lagarto es de código abierto. Esto significa que su diseño y especificaciones están disponibles bajo una licencia que permite su modificación y redistribución.
Es decir: cualquier persona o empresa con los conocimientos y recursos necesarios puede acceder al diseño del chip, estudiarlo, modificarlo y potencialmente fabricarlo, sin tener que pagar por licencias o derechos de autor. El proyecto se llama RISC-V y “podría suponer una revolución tecnológica en el mundo del hardware como la que supuso Linux para el mundo del software”, avisan desde el BSC.
“Ya nos han contactado empresas para usar Sargantana. Son empresas españolas pequeñas, que por sí solas no podrían desarrollar un procesador, pero que ahora ven la oportunidad de reaprovechar este, añadirle las cosas que necesitan para su producto e ir al mercado”, dice Miquel Moretó, el investigador que está coordinando el proyecto.
“Si esto pasa yo estaré muy contento. Nosotros no ganaremos ni un euro, el dinero lo harán nuestras empresas. Pero será una satisfacción brutal”, confiesa en entrevista con elDiario.es.
La inercia
Salir al mercado no es lo que la UE y el BSC buscan con Sargantana. Es aprender. “Coger la inercia”, como lo define Moretó. Con ella, todo empieza a ir muy rápido: Sargantana es la tercera generación de Lagarto. La cuarta ya está diseñada y enviada a producción, mientras los investigadores desarrollan ya la quinta versión.
Esa es una de las claves del diseño de chips y uno de los motivos por los que la industria funciona a toda velocidad. El siguiente paso se da antes de haber terminado el anterior. “Los tiempos de fabricación son bastante largos, mínimo seis meses, y luego llega la fase de testeo y de comprobar que todo funciona como esperabas. A Sargantana lo mandamos a fabricar en abril de 2022, hasta finales de año no recibimos el chip y hasta mediados de 2023 no pudimos hacer todas las pruebas. Entonces, una vez que todo funcionaba, preparamos el código para hacerlo abierto para que las otras instituciones académicas, de investigación o incluso empresas lo puedan usar”, enumera el investigador.
“Mientras hacíamos todo eso, estábamos preparando ya la cuarta generación, que ya se ha mandado a fábrica”, adelanta.
Asimilar ese ritmo de trabajo es clave para competir. Es lo que hacen las empresas que lideran el sector. “Empiezan a hacer el diseño de un chip y cuando ya llevan dos años, empiezan a hacer el siguiente. Dos años después, empiezan el siguiente diseño. Por eso, la primera generación de un chip nunca tiene un rendimiento realmente competitivo con el mercado”.
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